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Mi noche oscura del alma

por Lic. Lili Bosnic, Ciudad de México, 22 de Junio 2025.
Email: tvp@lilibosnic.com

T: Terapeuta / L: Lili

T: ¿Qué pasó de diferente en estos días en tu vida?
L: Según creo yo, lo distinto o nuevo que ocurrió en mi vida es que el 15 de junio (2025) escribí a la Escuela Espírita Allan Kardec de Puerto Rico para averiguar sobre los cursos que estaban ofreciendo.
Ese mismo día comencé a sentir un malestar generalizado en la espalda con dolores punzantes y una sensación de calor creciente que se intensificó con el correr de los días.
Tenía un punto de dolor claramente ubicado en la espalda, en el centro del músculo dorsal derecho, por encima de las lumbares. El dolor era agudo, irradiaba de adentro hacia afuera y alcanzaba una intensidad tal que solo podía aliviarlo brevemente aplicando presión con la mano. En otros momentos era tan insoportable que torcía mi espalda intentando encontrar una posición que me diera tregua.
Al mismo tiempo comenzó una comezón incesante por todo el cuerpo. Me rascaba sin cesar y la sensación de calor en la espalda se volvía más intensa. Al tacto, mi piel no estaba caliente, pero mi cuerpo gritaba: ¡me estoy quemando viva!.
El dolor me paralizaba. Literalmente, apenas me movía para no sentir. Tomé ocasionalmente algún ibuprofeno, que apenas hacía mella en ese sufrimiento ya insoportable.
Incluso en el dorso de mis manos y al costado de los nudillos aparecieron manchas rojizas; la piel se agrietó y quedó lacerada.
Las chicas que trabajan en mi tienda me preguntaron si había ido al médico, a lo que  yo respondía ya va a pasar, mientras por dentro rezaba porque no sabía cómo explicar aquello que me ocurría.
Posiblemente mi muy certero médico de cabecera me habría dado un diagnóstico académico y luego me hubiera empastillado para adormecer el sistema nervioso, pero ¿cómo contarle que sentía que me consumía desde adentro?
Así pasé tres días enteros viviendo una auténtica tortura física.
El 19 de junio recibí por email la respuesta de la Escuela Espírita: El curso que ofrecemos ya comenzó y hemos cerrado la matrícula. El nuevo curso comienza próximamente en septiembre de 2025.
Y esa noche, la del 19 de Junio, fue mi noche oscura del alma.
Casi no dormí. Estaba en casa solo con Thai, mi perra Labradora, que dormía conmigo. Pero me moví tanto durante esa noche, me retorcí tantas veces buscando una posición que apaciguara mi sufrimiento, que Thai bajó de la cama y se fue a la suya.
Solo deseaba morir. Mi cuerpo ya no soportaba tanto martirio. Sentía que estaba atrapada en un callejón sin salida, enfrentando una prueba espiritual de la que no entendía ni el origen ni el propósito. Solo sabía que estaba sumida en la más desgarradora desesperación, al borde de mi propia extinción.
En la videollamada, mientras narraba todo esto a mi maestro, las sensaciones se intensificaron: la quemazón en la espalda, la picazón, los calambres musculares. Mi cuerpo se contorsionaba, instintivamente, buscando una salida al dolor.
T: Eso es... sigue. Cierra los ojos. Ahí, en la silla... sigue, sigue...¿donde te encuentras?
L: Me veo en una celda pequeña. Tiene una ventana diminuta, alta, por donde entra apenas un hilo de luz, insuficiente para ver el cielo. Todo es de piedra, incluso el banco en el que duermo. Soy una mujer joven, quizá de unos 25 años. Llevo una túnica blanca, y mi cuerpo está deteriorado.
Me siento débil, mis músculos están flácidos. Aunque nunca vi la sarna, siento que mi piel la tiene: son ronchas rojas que pican con tal intensidad que hacen que me rasque de manera descontrolada.
De pronto se abre la puerta. Entra un hombre diciendo “Hora de entrenamiento”.Me lleva a otra habitación que está llena de distintas máquinas. Esta vez me toca una donde debo estar de pie, desnuda, con los brazos atados hacia arriba, muñecas y tobillos sujetos con cuerdas.
El entrenamiento consiste en aplicar trapos empapados en agua hirviendo sobre mi espalda.
El dolor es inhumano. La piel se fríe, se desprende, se tuerce. Mi carne chisporrotea como si ardiera en una parrilla. Cada fibra muscular se contrae con violencia. No grito, me  trago toda esa agonía. Es una implosión de sufrimiento, un grito sordo al cielo: ¡Dios, por favor, llévame! ¡Ay, ay, qué crueldad! ¡Las ideas no se matan!
T: Eso es. Siente todo ese dolor. Permite que tu cuerpo haga todo lo que tenga que hacer para terminar con esto para siempre.
L: ¡Ay, ay, qué dolor! ¡No puedo más! ¡No es justo! ¡Dios, por favor, llevame!
Despierto en la celda, agonizante. Exhausta de tanto sufrimiento. Sin comida. Sin agua. No sé cuánto tiempo pasó. Días... muchos días. Y nadie viene. Cada día más débil. Cada día más cerca del final.
Anhelo el descanso, pero algo más fuerte me sujeta. Es una espera interminable, un vaivén entre la vida y la muerte. El  cuerpo no suelta, el alma no se rinde. Y yo… quedo atrapada en ese abismo sin tiempo.
T: Si supieras... ¿Cómo comenzó todo esto? Cuento a tres e irás al inicio de todo eso. Uno, dos, tres. ¿Qué está pasando?
L: Estoy sentada a los pies de un árbol muy frondoso. Hay unos 15 niños a mi alrededor. Me escuchan con atención. Soy joven, podría parecerles una catequista de esta época.
Les hablo del alma, del espíritu, de la compasión. De ser fiel a uno mismo, sin traicionarse. Hablamos del perdón, de la vida, de la muerte. Los niños preguntan, están ávidos de saber. Preguntan sobre temas que en sus casas no se hablan. Y cada vez vienen más, incluso adolescentes.
T: Sigue.
L: Así pasaron algunos años. Todos crecimos. Pero seguíamos encontrándonos en ese espacio, bajo ese árbol majestuoso, para hablar de la vida. Un día llegaron dos legionarios. Me escoltaron hasta la celda donde terminé mis días. Nunca vi directamente al Emperador. Solo me dijeron que ya me habían advertido que dejara de hacer esas reuniones, que dejara de meter ideas raras en las cabezas de los niños y jóvenes.  Ellos decían La plebe no debe tener ideas propias.Pasé mucho tiempo en ese encierro. Mi "entrenamiento" consistía en distintas formas de tortura. La intención del Emperador era quebrarme, más nunca dije que iba a abandonar mi misión. Solo repetía: Las ideas no se matan.
T: Y esto que dijiste… ¿qué te hace hacer?
L: Tener miedo de hablar.
T: ¿Y qué te impide hacer?
L: Mi trabajo… Me escondo.
T: Eso es. Sigue. Avanza hasta el momento de tu muerte en esa vida.
L: Fue una agonía lenta. Una parte de mí se negaba a partir, a dejar inconclusa la tarea que el alma me susurraba.
T: ¿Estás viva o estás muerta?
L: Me estoy viendo desde afuera.
T: Ahora vas a pedirle a todos los que te torturaron y al Emperador que dio la orden, que te devuelvan tu energía. Recoge tu energía que quedó en ese cuerpo y elige un color para traer una nueva vibración a tu vida. ¿Qué color eliges?

L: Y abrí los ojos hecha un ovillo sobre la alfombra debajo del escritorio, agotada.

Escribo esta experiencia treinta y seis horas después de haberla vivido; todavía hay partes de mí que están volviendo a la vida.
El dolor de espalda persiste y sé que tomará unos días para que desaparezca porque el alma no se desprende totalmente de una escena de esta naturaleza en un suspiro y, considerando además que fue una tortura prolongada en el tiempo, y la muerte, caprichosa, se negaba a liberarme.
¡Honro tu camino Maestro!! y bendigo cada paso que das.
Gracias. Te amo. Gota de rocío.